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Tierra fría

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

Justicia se refiere al principio moral de derecho y equidad; a valorar algo con razón e igualdad para responder como corresponda, dando sanción o castigo cuando se incumplen los fundamentos trazados para preservar un orden. Sin embargo, buscar y obtener justicia no siempre tiene que ver con un acto justo, porque la presión del contexto social muchas veces dicta el actuar de las personas y la lógica de la razón queda expuesta a la interpretación de las normas, según conveniencias, intereses, desinformación, ignorancia u otras razones. En Tierra fría (EUA, 2005), Josey, la protagonista, es una mujer en busca de justicia y trato justo, que pelea por la equidad de género en una minera de Minnesota, donde las trabajadoras suelen sufrir burlas y acoso sexual por parte de sus compañeros de trabajo, algo provocado no sólo por un pensamiento conservador, tradicionalista y misógino, sino por la reproducción de estas ideas dentro de una sociedad que las aprende e imita indistintamente, lo que en consecuencia dificulta el camino para hacer valer los derechos humanos de estas mujeres, rodeadas de prejuicios, discriminación, amenazas, falta de oportunidades y miedo.

Escrita por Michael Seitzman y dirigida por Niki Caro, la película está protagonizada por Charlize Theron, Frances McDormand, Sean Bean, Woody Harrelson, Richard Jenkins, Jeremy Renner y Sissy Spacek. La cinta estuvo nominada a dos premios Oscar, mejor actriz y mejor actriz de reparto, para Theron y McDormand respectivamente. El guión a su vez, se inspira en el libro publicado en 2002 llamado ‘Class Action: The Story of Lois Jenson and the Landmark Case That Changed Sexual Harassment Law’, de Clara Bingham y Laura Leedy Gansler, que recuenta la historia del caso real ‘Jenson vs. Eveleth Taconite Company’, en que Lois Jenson y sus compañeras demandaron por acoso, intimidación y conducta hostil a la compañía minera en la ciudad de Eveleth en que trabajaban.

La historia de Josey Aimes, la protagonista de la película, comienza en 1989, cuando deja a su abusivo esposo y se muda junto con sus dos hijos al pueblo minero en que nació. Su arribo se tiñe de rumores y críticas pues el pueblo la señala punitivamente por la mera predisposición de rechazo que le tienen, ante la impensable idea de un divorcio, que no conciben sino como resultado de una ‘probable actitud y conducta inapropiada’ de la mujer; situación así juzgada, sea real o no, porque así es como les inculcan en su contexto. Para las personas del poblado no importa el abuso ni la violencia vivida en pareja, sino la percepción social que la separación implica y que descalifican sin fundamento, culpando a la mujer, porque eso es lo que les han enseñado a creer, que la mujer es siempre responsable en un fracaso matrimonial, reproduciendo un pensamiento machista. El dedo que señala no lo hace reflexiva, sino instintiva e involuntariamente, porque en el pueblo pesa lo que la mayoría dice, no importa si no tiene elementos de juicio o razón.

Para Josey la situación es particularmente difícil dado que incluso sus propios padres se mantienen al margen y sin ayudarla, creyendo que hacerlo es validar el ‘pecado’ que asumen implícito, al existir en un contexto cultural que condena la separación y el divorcio, o la rebelión a la sumisión de parte de la mujer, pero también porque los padres mismos de Josey no conocen a fondo su historia, por el deseo sobreentendido de preferir la ignorancia a la confrontación. Existe una visión tradicional sobre lo que significa ser mujer y lo que ello representa en cuanto a conducta social; quien, como la protagonista, se aleja de esa función tradicional, casi con seguridad recibirá el menosprecio de la comunidad.

Todo se agrava cuando Josey, buscando oportunidades laborales, un mejor sueldo y, por ende, una mejor calidad de vida para su familia, consigue empleo, gracias a recomendación de una vieja conocida, Glory, en la minera de la localidad, donde también trabaja el papá de Josey, así como Glory misma, quien es además miembro del sindicato, razón por la cual sus compañeros la respetan más que a otras trabajadoras mujeres, en atención a su interés de luchar por los derechos de los trabajadores, no sólo de las mujeres. La protagonista decide arriesgarse, apuesta por ingresar a un determinado mundo laboral porque en principio significa mayor salario que aquel que puede conseguir en áreas en donde es más común el trabajo femenino.

Ni las familias ni el pueblo ni los demás trabajadores de la mina, están a gusto con la presencia femenina en la compañía, basándose en un doble estándar ético de aparente equidad y respeto. En las calles, en los bares, en las reuniones laborales y sociales, la dinámica funciona sin contratiempos porque cada quien ‘funge su papel’. El hombre es el hombre y la mujer es la mujer, visto desde un punto de vista tradicional y puritano, pero sobre todo machista, en donde el hombre trabaja y la mujer se queda en casa. Si desaprueban ver a mujeres trabajando en la mina, no es porque se preocupen por su seguridad o bienestar, sino porque su presencia es amenazante para su forma de percibirse a sí mismos, pues sienten, aunque en realidad no lo hace, que ello cuestiona su virilidad, lo que pesa, sobretodo, en la sociedad conservadora. Estas personas entienden el trabajo del minero como el trabajo del ‘hombre’, lo que no sólo tilda en estereotipos, sino en el rechazo a romper, cambiar, adaptar, modificar y modernizar estas reglas retrógradas que encasillan, limitan y terminan por frenar el camino hacia la igualdad, cuando no hay motivo para que exista, pues las trabajadoras demuestran con hechos que son aptas y capaces para, sin que haya algo que las limite u obstaculice para realizar sus labores.

No es entonces que las mujeres no puedan cumplir con las tareas, es que los hombres no quieren que lo hagan, y el motivo no va más allá que la mera actitud sexista de parte de los varones. En consecuencia, las mujeres tienen soportar las trabas que sus contrapartes les ponen y que nada tiene que ver con la tarea asignada, sino con la hostilidad que los otros imponen: burlas, insinuaciones sexuales y acoso de sus compañeros. En lugar de represalias, ellas solicitan apertura al diálogo, disposición abierta a colaborar y consideraciones humanas hacia su persona, como baños portátiles para usarlos cuando necesiten, algo que a los hombres no parece hacerles falta porque están acostumbrados a satisfacer esa necesidad fisiológica en cualquier rincón de la mina. La respuesta masculina, incluida la institucional, es quejarse de que esto refleja inequidad, porque se les da a las mujeres un servicio pensado sólo en ellas. Lo que no se entiende es que la solicitud no diferencia entre hombres y mujeres para separar, sino que sólo apela a la consciencia de calidad humana (un lugar digno donde permitir a las mujeres hacer sus necesidades y mantener su privacidad), algo que parece olvidarse repetidamente dentro de la compañía.

Los hombres no tratarían de esta forma despectiva a estas mismas mujeres de topárselas en la calle, ni tratarían así a sus propias esposas, hermanas o hijas. Por muy ‘justos’ que se digan ser afuera, en este, su ‘circulo de hombres’, la presión y el rechazo tienen como finalidad alienar, hartar y sacar al otro del camino, intimidando a las mujeres hasta dejar su marca de la que creen su superioridad ‘justificada’, en número, poder de fuerza física y exclusividad de ‘su territorio’.

Glory le dice a Josey desde un principio que endurezca su carácter, porque sabe lo que le espera en la mina. Pero aunque Glory tiene razón, en el sentido de que es importante evaluar la situación y aprender cuándo defenderse, cuándo levantar la voz o cuándo es mejor evitar el conflicto, Josey también tiene razón cuando hace un llamado a sus compañeras para poner fin al abuso de sus contrapartes, para exigir el mismo respeto que merecen como empleadas igual que el resto de los trabajadores. Es cuando Josey encuentra una barrera difícil de derribar, construida a base del abuso de poder y el pisoteo de las minorías. Las compañeras de Josey no quieren apoyar, incluso cuando han vivido en carne propia la humillación, ridiculización y acoso, porque saben que lo más probable es que en lugar de encontrarse con un cambio, habrá más represalias, burlas, insinuaciones e intimidación. “Necesito este trabajo”, le dicen sus compañeras a Josey, y ella misma repite este razonamiento al ver la injusticia a la que se enfrenta, cuando recibe amenazas de despido por su iniciativa de justicia.

El dueño de la mina, que por pretensiones se acercó a Josey para quedar bien cuando ella recién comenzó a trabajar en la compañía, le sugiere o callar o irse: “Trabaja duro, no abras la boca y aguanta como hombre”, le reclama, exigiéndole acatar, como empleada, antes que como mujer, bajo la amenaza de que los ‘revoltosos’ son despedidos. De paso, el pueblo minero tampoco quiere arriesgarse, pues no quiere destruir a la empresa que da de comer a la mayoría de la población, así que callan y tachan negativamente la iniciativa de Josey, para salvaguardarse. Finalmente, el resto de los trabajadores o mienten diciendo que nada inapropiado sucede en la planta, o niegan su apoyo con tal de no llevar la contraria, sabiendo que las consecuencias son quedarse sin empleo, o ser señalados como traidores y convertirse en blanco de las mismas burlas y ataques crueles que les hacen a sus compañeras.

Bill, amigo de Glory y a quien Josey pide apoyo para ser su abogado cuando demanda a la compañía, le dice que antes de proceder tenga bien claro a qué se expone. “Cuando ganas, no ganas”, le explica. No es porque la demanda de Josey no sea correcta, al contrario, ella está haciendo lo que debe hacerse, pero en ello, en ese caminar para exigir justicia, se expondrá ella, se le atacará a ella, porque el juicio se centrará, no en lo que los trabajadores hicieron mal, sino en lo que a Josey se le acusa que hizo mal, o más bien que la gente descalifica que hizo. Esto incluye especialmente su vida personal, que aunque para fines prácticos no tiene nada que ver con la demanda, en la corte se expone como antecedente para desacreditarla, exponerla, humillarla y presionarla. El problema es que un asunto vinculado a derechos laborales y humanos será abordado desde el punto de vista de la empresa como un asunto de conducta moral. “Tener razón no tiene nada que ver con el mundo real… [Dirán que] O estás loca y te lo imaginaste, o eres una puta y te lo ganaste”, dice Bill, recalcando que la verdad viene a menos cuando las palabras, las mentiras, las falsas percepciones y la compra de testigos es, trágica, cruda y lamentablemente, más poderosa que la verdad en el marco legal al que se enfrentan.

Leslie Conlin, la abogada contratada por la minera, a quien se le da la orden de ganar a toda costa (quien luego entiende que fue elegida no por sus capacidades como experta en derecho, sino porque públicamente es mejor percibido que, ante una demanda de acoso sexual, la empresa ‘demuestre su apoyo a las mujeres’ contratando a una para representarlos), presiona en el juicio específicamente sobre aquello de lo que ella misma es víctima, percepciones sociales; se trata de demostrar que la demandante es inmoral. No importa cuántas parejas sexuales haya tenido Josey, porque esa es finalmente su elección y su vida privada, sino lo mal visto por la sociedad conservadora en el pueblo y lo que asume de ello. Josey no encaja y es rechazada, pero no sólo por la etiqueta que se da de libertina, sino por decidirse a no callar, a pelear por su libertad, independencia y derechos, exigiendo, por ende, las mismas garantías y derechos que los demás, sean hombres, mujeres, personas casadas, solteras, con o sin hijos, todos finalmente trabajadores realizando la misma labor que el resto de los empleados. Si el pueblo no entiende o no acepta que está mal dejar pasar impune la discriminación y el acoso, esa es la verdadera tragedia en la historia.

Ese intento por evidenciar la ‘inmoralidad’ de Josey, sólo termina por develar un secreto que socialmente es tabú entre la sociedad, una violación cuando era adolescente, a manos de su profesor de escuela y de la que Bobby, su compañero de trabajo y quien intentó abusar sexualmente de ella en la mina, fue testigo. Es entonces cuando muchos de los presentes entienden que mantenerse callado ante injusticias sociales sólo agrava el problema, porque así se permite que siga sucediendo, en lugar de evitarlo y condenarse. Josey denuncia una injusticia y su palabra debería ser suficiente para investigar, evaluar, castigar a los responsables y de ser necesario cambiar leyes, pero necesita de otras voces que la avalen, que confirmen sus alegatos, que con testimonio den fuerza a la demanda y demuestren que, al no ser un caso aislado, la injusticia es más grande de lo que inicialmente se deja ver, para que el caso tenga repercusión realmente importante, no sólo en el terreno legal, sino también en el social. Esto sucede sólo hasta el final, cuando es evidente que Josey ha sido víctima de anteriores abusos, pero la gente está tan asustada por exponerse y arriesgarse que duda en hacer lo correcto; no es forzosamente que su conciencia esté en el lugar equivocado, es que la amenaza de desempleo que se ganan al intentar hacer el bien, es cruda y atemorizante.

Si las otras callan es por precaución y aunque esto no es justificable, es entendible, pero al mismo tiempo, su silencio deja impune una conducta reprobable que merece ser castigada, así como pierden la oportunidad de cambiar un escenario social importante, no sólo para ellas en su presente, sino para la próxima generación de mujeres que llegue a trabajar en esta u otra mina, o cualquier otro ambiente de trabajo. Es ahí donde la película y la historia de la vida real tienen su eco significativo, en recordar al espectador la constante inhabilidad del sistema para hacer justicia y el difícil camino a recorrer para cambiar aquello que no funciona, especialmente cuando la propuesta choca con un pensamiento conservador y autoritario bien arraigado, que condiciona a mantenerse estático, sumiso y callado.

Ficha técnica: Tierra fría - North Country

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