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Y ahora, ¿qué?

Eduardo Sepúlveda
Eduardo Sepúlveda

La muerte nos acecha. Hoy más que nunca, en la época de los que estamos vivos, vemos cómo la muerte nos rodea. Se puede palpar su andar.

Algunos creen, otros se resisten, pero la muerte camina entre nosotros, sigilosa, nos escoge por capricho. Estamos todos en la fila y en la fila ella no sigue un orden lógico.

Hace unos días, desperté con la noticia de que un viejo amigo mío había fallecido. Lo primero es no creerlo, pero en ese instinto periodístico que desarrollé durante casi 15 años (insuficientes para llamarme periodista), traté de verificar fuentes y datos.

La noticia era real, “Chololo” se murió. Ese cabrito, al que conocí recién comenzada la época oscura de la secundaria, donde todos somos unos “incomprendidos”, no está más.

Era todo un personaje y los personajes llevan sobrenombres. Quizás todos somos personajes de una farsa distinta, pero no nos equivoquemos, hoy el eje es la muerte inequívoca, incomprendida, inesperada.

Habían pasado ya un par de años, quizá, desde la última vez que vi a Héctor Luis García Godoy. Entero… ebrio, pero firme. Recién bajaba del avión y lo primero que hizo fue darme un abrazo, para luego regañarme.

“Agarra la cerveza que quieras, yo invito”, ordenó, “agarra un six”. Salimos de la tienda y como si anduviera en el malecón de Playa del Carmen, destapó su botella y la bebió alegremente en la vía pública, sin importarle nada. “No me hacen nada”, dijo.

La muerte de alguien de mi generación me ha pegado de manera profunda. No es el primero que se va, pero con él, cada vez son más; el mensaje es inequívoco.

Un día después de conocer la mala nueva, tuve que ir al centro de la ciudad. Hice dos paradas obligadas y en ambas coincidí con contemporáneos a Héctor. No hubo necesidad de que tocara el tema, “solito” salió.

—     ¿Qué onda con lo de “Chololo”, no?— dijo mi primer interlocutor entre sorpresa y lamento.

En mi segunda parada, reunidos estaban tres amigos; la misma sensación de desazón y desconcierto.

Al día siguiente, quise comenzar de nuevo, pero otro allegado vino a la casa por un asunto pendiente y de inmediato, tras saludarnos, salió el comentario:

—     ¿Qué onda con lo de “Chololo”? —

¿Y quién tiene la respuesta a eso?

Ayer, de nueva cuenta, recordamos a nuestro amigo en lo que bien pudo ser la última cena. No éramos todos, pero todos teníamos algo qué decir. La huella que deja es imborrable; el incorregible, el músico talentoso, el rebelde, el amigo.

Anoche, lo recordamos con la música que le gustaba, canciones de White Lion, Steelheart… ‘hard rock’.

Ayer, estuviste entre nosotros, una vez más.

Al final, el consuelo que nos queda es saber que viviste como quisiste, aunque la reflexión tiene que ir más allá; somos vulnerables y pronto habremos de alcanzarte. Este año ibas a llegar a los 40.  

Recuerdo la vez que nos topamos en el camión... aún éramos jóvenes, y sorprendido me dijiste: "¿Te casaste? ¡No me digas eso, güey! ¡Tú no! Los rockeros no nos casamos."… ya ni casado estoy.

Recuerdo tantas cosas y ahora espero que los recuerdos no se vayan. Espero seguir ese camino que deje recuerdos a los demás. Espero no vivir en vano.

¿A qué venimos al mundo si un día nos hemos de ir? A trascender, hermano, como vos lo has hecho.

“A mí nunca me preguntes si quiero otra cerveza; siempre te voy a decir que sí”.

A la memoria de Héctor Godoy, “Chololo”.

(1980-2020)

                                                                                                          *Tomado del Muy Nuevo Libro de las Revelaciones según el Dihablo.

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