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Manglar

César Garza
César Garza

“Toda convicción es una cárcel”

Nietzsche

   Hace años que regalaste tus cañas y anzuelos cuando decidiste que la pesca ya no te atraía, sin embargo, en esta ocasión, te invitan a pescar con arpón, el hacerlo de esta particular manera te atrae, el lugar, según te comentan será en una Laguna que se encuentra cómo a veinte minutos al norte de Mahahual, camino de Uvero, en la costa sur de Quintana Roo.

   Son siete personas, todos ellos, excepto tú, pescadores equipados, snorkel, aletas, arpón; en tu imaginación serás testigo de un tipo de pesca que tiene que ver más con las habilidades de las personas que con la suerte que las acompañe.

   Llegan al sitio, estacionan la camioneta en una orilla del camino, observas sin encontrar la laguna, solo puedes ver una pared de manglar que corre a los lados del camino, aquí es, dice uno de los muchachos, te bajas del vehículo, los chicos comienzan a prepararse, tú solo traes un pan y unas naranjas, Evan, el amigo que te invitó te dice que trajo un arpón para ti, le agradeces.

   La entrada a la laguna es casi invisible, un pequeño canal se abre en el manglar, comienzan a bajar uno a uno, entras al agua tibia, el suelo fangoso te recibe mientras tus plantas se hunden en cada paso, el agua es rojiza, está llena de restos de hojas y ramas, comienzas a avanzar, tratas de capturar la imagen que tienes frente a tus ojos cómo si tu retina fuera el obturador de tu Cannon que dejó de serlo, estás atravesando un manglar, las raíces expuestas que lo caracterizan sobrepasan un par de metros tu cabeza mientras la mitad inferior de tu cuerpo se encuentra bajo el agua, un techo verde completa el túnel y se proyecta al menos cien metros al frente. Mientras caminas burbujas de aire suben por tus piernas, sientes cómo trepan, bien pudiera tratarse de alguna alimaña del pantano, sientes las raíces del mangle bajo tus plantas, intempestivamente una nube de tábanos los ataca, son una especie de mosca voraz de la región que decide jugar con ustedes, intrusos. Mientras avanzan, vas manoteando los tábanos que se paran en la espalda de tu compañero del frente, tu vecino de atrás hace lo propio contigo, quién carajos estará alivianando al último, piensas, cuando sientes que hay demasiados piquetes te sumerges para liberarte del escozor, el agua purifica, lo ha hecho siempre en la historia del hombre.

   Finalmente atraviesan el canal, una hermosa laguna los recibe, es enorme, nunca lo hubieras imaginado, observas y ves que todos los hombres sonríen, los piquetes son cosa del pasado, la aventura apenas comienza, uno de ellos explica el plan de acción, más o menos la ruta que se seguirá hasta llegar a un ojo de agua, que se conecta con el mar, un cenote dice, habrá que verlo.

   Evan te enseña a cargar el arpón, te recomienda dejarle el seguro puesto y te dice que cuando tengas ubicada a la presa, primero te asegures que no haya alguna persona alrededor y que solo entonces quites el seguro, entiendes el punto perfectamente mientras piensas que hoy será prioridad no atravesarse entre una presa y el arpón de alguno de los camaradas.

   La laguna está rodeada de mangle que es parte importante de la biodiversidad de la región, el manglar es casa de aves, peces, moluscos, el agua salada te llega al abdomen y en algunas partes al pecho, comienzan a caminar o a nadar, en algunas partes el fondo es fangoso, en otras es de una suave dureza, producto de muchísimas conchas y caracoles erosionados que cubren el fondo, en estos espacios, sientes cómo cada paso que das es suavemente amortiguado; pones especial atención en la orilla, digamos que tu imaginación casi materializa por ahí a uno de esos cocodrilos que viven en estos ambientes, por si las dudas, mientras avanzan, disimuladamente te colocas al centro del grupo, si, lo identificas, el miedo hace surgir en tu persona al egoísmo que caracteriza a los hombres.

   En cierto momento se acercan a la orilla y comienza la jornada, cada uno de los muchachos escoge un paraje y comienza a avanzar, a internarse en las raíces de estos árboles, tú decides observar, nunca habías hecho esto, todos ellos toman lo que en tiempos de COVID se reconoce cómo una sana distancia, aquí no es un virus lo que lo motiva sino la libertad de apretar un gatillo sin preocupaciones adicionales, concluyes.

   Pasa la mitad del día y te mantienes nadando, en un momento dado decides hacer a un lado al miedo y entrar al manglar, por eso estás aquí, preparas el snorkel, verificas el arpón y te acercas a la orilla, el suave movimiento que provocas mueve el fondo y enturbia el agua, tu visión es muy corta, respiras, sabes que hay que moverse lo más lentamente posible, sientes que topas con algunas raíces en tu cabeza, te acomodas para ir entrando, despacio, el respirador que sobresale en la superficie junto con el arpón de metro y medio dificultan tu entrada en ese casa de raíces flotantes, esperas, las microscópicas componentes que enturbian tu visión comienzan a precipitarse. La ausencia de movimiento ayuda y comienzas a ver, primero las raíces sumergidas dignas de cualquier imagen que involucre brujas malvadas; son cómo siniestros dedos que dominan el fondo, están cubiertos de una especie de musgo que los hace resbaladizos al tacto, a medida que la visión se aclara, el espacio se llena de pequeños peces, los hay por todos lados, acomodas el arpón frente a ti por si se ofrece y esperas, mientras pasa el tiempo, bajo el agua, tu visión tiene un mayor alcance, se acostumbra a los pequeños movimientos que en las raíces provoca el viento del exterior, en ese momento, lo ves, un enorme Pargo de unos cuarenta centímetros de largo te observa, está frente a ti, cómo a tres metros, dentro de tu alcance, una pared de raíces lo protege, pero también lo tiene atrapado, levantas lentamente el arpón con la izquierda mientras con la derecha ubicas el gatillo, oprimes el botón del seguro y en el extremo silencio que te rodea escuchas perfectamente el clic que acompañó al movimiento de tu pulgar, apuntas, el animal está inmóvil, esperando, no tiene las opciones que tuviste tú en tu vida, está atrapado con un depredador, pasa un minuto o más, no lo sabes, bajo el agua el tiempo deja de ser un referente, despiertas de tu ensoñación, el Pargo cómo el dinosaurio de Fontanarrosa sigue ahí, vuelves a poner el seguro y te retiras, despacio.

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