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Cambio, temor y resistencia

Agenda ciudadana

LORENZO MEYER

A finales de 1914, cuando era inminente la entrada de los zapatistas a la capital, el pánico se apoderó de muchos. Tanto había insistido la prensa en que Emiliano Zapata era la reencarnación de Atila, que la legación inglesa concentró a sus conciudadanos, protegió su sede con alambre de púas, pidió armas a las autoridades y un par de ametralladoras a sus buques anclados en puertos mexicanos. Las "hordas" zapatistas si llegaron, pero pasaron de largo y todas las aprehensiones resultaron ridículas. Los cambios también llegaron, pero tardaron y sólo fueron catastróficos para algunos de los beneficiados por el antiguo régimen.

Lo anterior viene al caso porque hoy se vuelve a vivir algo parecido entre los grupos conservadores frente al triunfo de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y Morena: una mezcla de temor y desprecio por los recién llegados al poder y que se refleja en sus comentarios, memes, twitters o escritos.

El zapatismo nació de los excesos oligárquicos, como el morenismo actual. Los zapatistas tuvieron propuestas muy articuladas para reformar a México -(Felipe Ávila, Las corrientes revolucionarias y la Soberana Convención, [2014])- y si bien no triunfaron, a la larga, cambiaron a México: los latifundios porfiristas desaparecieron y la tierra se repartió.

Imposible predecir hasta qué punto el morenismo actual podrá modificar las estructuras políticas y económicas de México. Lo intentará, pero tendrá muchas resistencias. Como sea, ya están los 50 puntos de un plan de austeridad y anticorrupción presentado por AMLO: juzgar al presidente en funciones, rebaja drástica del sueldo y prestaciones de la alta burocracia, reducción del gasto de publicidad oficial, acabar con los "moches" de los congresistas, y más. Además, están otros compromisos de gran peso en torno al gasto social, al déficit, los impuestos, la infraestructura y cuadrar el círculo para encontrar la solución a la enorme violencia que vive México.

Que al enfrentar el proyecto con realidad habrá fracasos, ni duda. Como los planes de un estado mayor se trastocan y cambian en cuanto se inicia el choque con el enemigo, así los planes de transformación política deben rehacerse en cuanto enfrentan las complejidades y las resistencias de los intereses creados.

Estas primeras decisiones de AMLO, afectan y sin ambigüedades, no tanto a quienes fueron sus grandes adversarios, sino en primer lugar a él mismo y a quienes le ayudarán a manejar la maquinaria del gobierno para el cambio. Renuncia a un alto sueldo, a su pensión, a los privilegios de la "Casa Presidencial" y a los servicios del Estado Mayor Presidencial y sus aviones. Para una buena parte del público, estas acciones son importantes por su alto contenido simbólico. Quizá haya problemas cuando se busque a personas bien preparadas y con experiencia para ocupar puestos que exijan conocimientos muy técnicos en la burocracia especializada, pero lo realmente difícil vendrá cuando se toquen a los grandes intereses creados.

Hasta ahora las propuestas y decisiones del nuevo gobierno no parecieran encaminadas a llevar a México al desastre pronosticado por los sectores conservadores, sino simplemente a disipar la atmósfera de corrupción que ha envuelto por largo tiempo a la vida pública. Pocos se pueden oponer con legitimidad a lo propuesto. El próximo presidente aseguró a los hombres del dinero que no habrá déficit fiscal, ni aumento de impuestos y que se revisarán, pero no se anularán, los grandes contratos vigentes. Y por lo pronto, el peso ya no siguió perdiendo terreno ni hubo fuga de capitales. En 1914 no llegó Atila, en 2018 tampoco.

Ahora bien, la "cuarta transformación" de México, en la medida en que se vaya haciendo realidad, va a tener, por fuerza, que afectar no sólo a la alta burocracia sino a algo más difícil: a algunos de los intereses creados a la sombra de la corrupción y el privilegio. Deberán de cobrarse esos impuestos que hasta ahora se habían condonado o diferido, acabar con concesiones claramente abusivas -algunas mineras, por ejemplo- y, en general, poner fin a esa relación tan estrecha entre gran capital y poder político, esencia de la "mafia del poder". Para lograrlo, sería deseable proceder con prudencia, pero con firmeza, justificar bien ante el público cada acción para poder mantener e incluso movilizar el apoyo que llevó a la victoria electoral, pues acordar con el gran capital puede tornarse difícil.

En este inicio, los medios y gobiernos extranjeros se han manifestado menos negativos y resentidos que las derechas locales. Y si el nuevo presidente de Colombia decidió hacer su primer viaje al exterior a Miami para ver a un senador republicano, AMLO logró que fuera el secretario de Estado norteamericano el que viniera a verlo y en sus terrenos: a su oficina. Este primer encuentro entre quien será el nuevo presidente mexicano y los enviados del imperio, salió bien.

En coclusión: entre AMLO y los grandes actores internos y externos, se ha pasado de la hostilidad a los gestos amables, pero como en 1914, al interior de los círculos conservadores difícilmente se dejará de ver a AMLO y a los suyos como "a los que no deberían estar". Así pues, la resistencia al cambio es inevitable. Ojalá la confrontación se desarrolle dentro de un marco diferente al de hace un siglo: uno institucional, civilizado.

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