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Las duras lecciones de Siria

Urbe y orbe

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

El domingo 18 de agosto de 2015, el arqueólogo, antropólogo y escritor sirio Jaled Al Asaad fue decapitado y su cuerpo colgado y exhibido en público. Fue el cruel e injusto final de un hombre que dedicó su vida a cuidar los restos de Palmira, una de las tres joyas arqueológicas del mundo antiguo, junto con Pompeya y Éfeso, y que en su momento de esplendor fue una de las etapas principales de la Ruta de la Seda, esa red de caminos que unió al mundo conocido hace dos mil años y dio cohesión a la civilización antigua. Quienes lo secuestraron y asesinaron formaban parte del grupo terrorista islamista autonombrado Estado Islámico que, en 2015, a expensas del caos provocado por la guerra en Siria, se había hecho con el control de una parte del territorio de ese país. En mayo de ese año tomaron Palmira. A pesar del riesgo que corría, Al Asaad decidió quedarse. Según una crónica publicada por el diario español El Mundo en abril 2016, Wiled, hijo del arqueólogo, contó lo que su padre le dijo: "Mi vida ha sido restaurar los monumentos y recibir a las delegaciones de todo el mundo que nos visitaban. ¿Qué pasará con Palmira si todos la abandonamos? Tengo 83 años. Estoy jubilado y soy anciano. He vivido aquí y moriré también aquí". Jaled Al Asaad era el "guardián de la perla del desierto", el protector de uno de los más preciados patrimonios de la humanidad, de un símbolo de diversidad e intercambio cultural, en tiempos tan oscuros como los que vivimos, en donde preservar la memoria colectiva y común es tan difícil como necesario. El fanatismo y la ignorancia de los terroristas no sólo acabaron con la vida de Al Asaad, también causaron daños irreparables en Palmira ante la mirada indiferente o complaciente de buena parte del mundo.

Pero la muerte de Al Asaad y la destrucción de Palmira es apenas uno, aunque simbólico, de los muchos capítulos del extenso catálogo de atrocidades de los ocho años de guerra en Siria, una guerra que ha dejado alrededor de 400,000 muertos, un millón de heridos y unos 12 millones de desplazados. Una auténtica catástrofe humanitaria en un país que contaba 22 millones de habitantes antes de iniciar el conflicto. Hoy que esta guerra, una de las más internacionalizadas de lo que va del siglo, está entrando en lo que parece ser su fase final, vale la pena revisar las causas del conflicto y varios mitos que existen alrededor de él y del país en donde transcurre. Para ello, existe una lectura necesaria que hacer. Se trata del libro titulado Siria en perspectiva: de una crisis internacionalmente mediatizada al histórico dilema interno, escrito por Pablo Sapag, periodista y profesor de la Universidad Complutense de Madrid, quien ofrece una mirada panorámica muy completa sobre el conflicto y establece varias claves para entender lo que pasa no sólo en Siria sino en todo Oriente Medio. Una mirada necesaria que motiva reflexiones sobre lo acontecido y el estado actual que guarda el orden internacional, y que nos lleva a pensar que la realidad de la región es mucho más compleja que las simplificaciones -intencionales y no- en las que se incurre en los medios occidentales.

Lo primero a ponderar es la condición peculiar de la República Árabe Siria dentro del mundo árabe musulmán. Contrario a lo que ocurre en la mayoría de los países de mayoría islámica, la sociedad siria es multiconfesional, con una cultura interconfesional y un Estado aconfesional. ¿Qué quiere decir esto? Que el Islam en cualquiera de sus denominaciones no es la única religión reconocida, respetada y protegida por el Estado; que todas las expresiones religiosas presentes en Siria son igualmente importantes para el equilibrio interno, la estabilidad social y la supervivencia del Estado; que, en consecuencia, existe un diálogo natural entre esas expresiones, y que, por último, el Estado es el garante de esa pluralidad y el principal interesado en proteger cada una de las religiones y denominaciones. Para el Estado sirio y su administrador, el gobierno, toda expresión de fe es igualmente importante. Esta característica, que lo distancia del laicismo, la confesionalidad y el fundamentalismo, ha sido uno de los soportes principales del Estado sirio para mantenerse en pie a pesar del conflicto y la injerencia extranjera. Sin Estado garante aconfesional, la sociedad siria multiconfesional perdería su soporte y viabilidad. Por eso, el menos interesado en promover la polarización es el gobierno, cabeza de dicho Estado. Dividir a la sociedad es ponerse la soga al cuello. Además, la multiconfesionalidad está íntimamente ligada con la historia del territorio sirio, origen del cristianismo y primera zona de expansión del Islam.

Pero si no es una religión específica la que determina la cohesión siria, como ocurre en otras sociedades de la región, entonces ¿qué sí lo es? La respuesta es la lengua. El árabe es un factor aglutinante de la sociedad siria, elemento cultural de identidad primario que se ha traducido en un sentimiento de orgullo nacional y una expresión política internacional: el panarabismo, que promueve la unidad del pueblo árabe más allá de las fronteras de los estados creados de forma discrecional por los mandatos o injerencias de potencias occidentales (Reino Unido, Estados Unidos y Francia, principalmente) en la primera mitad del siglo XX. Y esta vocación panarabista se ha arraigado en Siria a pesar incluso de que su territorio fue cuna de grandes culturas preislámicas y es considerado punto de origen de la civilización, situación que bien pudiera haber motivado complejos de conquista como se observa en otras naciones. Con este contexto, no es extraño que el partido gobernante sea el Baaz, que enarbola las banderas del panarabismo y el socialismo árabe -que no debe confundirse con el socialismo de corte marxista-leninista o maoísta. Pablo Sapag menciona en su libro que el Baaz no es un partido totalitario o único, sino hegemónico, como lo fue el PRI en México durante casi todo el siglo XX. En esa lógica, pudiéramos apuntar que el nacionalismo revolucionario habría sido para el PRI lo que el nacionalismo árabe es para el Baaz.

Esos pilares de Siria, la multiconfesionalidad y el nacionalismo árabe, se oponen al fundamentalismo islámico de países como Arabia Saudita y Catar, de partidos como Hezbolá de Líbano y Hamás de Palestina, y de grupos terroristas como Al Qaeda y Estado Islámico; pero también al imperialismo europeo y norteamericano. Con todo y sus problemas, hasta antes de 2011 Siria había sido uno de los países menos inestables de Oriente Medio, con un estado que, lejos de ser totalitario o absolutista, respetaba los liderazgos regionales y religiosos que, a su vez, contribuían a mantener el equilibrio y la gobernanza del territorio. Entonces, ¿qué pasó? ¿Por qué se rompió el equilibrio y se desencadenó la guerra? Sapag cuestiona el mito de la Primavera Árabe, ese concepto que en Europa y América llegamos a utilizar de forma acrítica para englobar a todos los movimientos de protesta que se desarrollaron entre 2010 y 2013 en países de mayoría árabe, y que no permite ver la particularidad de la problemática de cada país y de los agentes contestatarios. En el caso de Siria, el autor apunta a varias causas políticas, económicas y sociales: la promesa incumplida de acabar con la corrupción; la apertura económica que ahondó la desigualdad social; y la sequía, la crisis rural y la migración del campo a la ciudad. Todo esto en el marco de sanciones económicas aplicadas por Estados Unidos y Francia contra el estado sirio encabezado por Bashar Al Asad antes del conflicto; el agotamiento del modelo basado en el petróleo; el estrés causado a la economía siria por el ingreso masivo de iraquíes desplazados por la guerra iniciada por Estados Unidos en 2003, y la repercusión de la salida de tropas sirias de Líbano en 2005 y su reincorporación al país.

En el plano político, el sistema dirigido por el Baaz entró en una contradicción irresoluble. La aplicación de medidas socialistas en la segunda mitad del siglo XX hizo que la clase alta empresarial se acercara a las posturas ideológicas de la Hermandad Musulmana, una organización que promueve la creación de un estado confesional islámico, es decir, acabar con la Siria multiconfesional. Para intentar congraciarse con esos grupos empresariales, Bashar Al Asad aplicó reformas neoliberales que generaron otro problema: la desigualdad, la cual mermó el apoyo que el régimen tenía en sectores populares y rurales. Así se creó un caldo de cultivo para la rebelión, alentada por Occidente, y que una vez iniciada fue cooptada muy pronto por los grupos opositores al gobierno más radicales, entre ellos la Hermandad Musulmana, debido a la inexperiencia e ingenuidad de quienes la promovieron sin tener un proyecto político coherente. A esto hay que agregar que la revuelta generó en varias zonas un vacío de poder que fue aprovechado por organizaciones terroristas, entre ellas el Estado Islámico, para afianzar posiciones e imponer su ley. No se puede pasar por alto que el Estado Islámico se benefició de la inestabilidad provocada por la guerra de Irak para surgir, hacerse de territorio, armas y dinero, y así operar el asalto a Siria. Además, el apoyo occidental a los "rebeldes moderados" seguramente terminó en sus manos, por lo que, es posible decir que Estados Unidos y sus aliados son en buena medida responsables del fortalecimiento del terrorismo islamista, ese mismo que luego se volvió contra Occidente. Un terrorismo que se hizo fuerte conforme se debilitaba desde dentro y fuera al Estado sirio.

Sapag revisa también la participación de las potencias regionales y mundiales en el conflicto y el entramado de intereses que hay de por medio. Desde las pugnas por el liderazgo regional entre Arabia Saudita, Catar, Turquía e Irán, a los intereses geopolíticos de Estados Unidos, la apuesta de Francia (antigua mandataria de Siria) por la fragmentación de Siria y la nueva ambición estratégica de Rusia, quien además ha atendido a los lazos histórico-religiosos que guarda con Damasco, pasando por la relevancia que ha tenido la diáspora siria en el mundo y el papel de la propaganda y los medios de comunicación, que ha sido preponderante en este complejo conflicto que ha llevado a Siria al borde de su destrucción como estado. Del proceso de reconciliación iniciado por el gobierno de Al Asad, cabe destacar que está encabezado por una figura de la oposición, Ali Haidar, y que brinda la oportunidad a los insurrectos de rendirse y reincorporarse al Estado -siempre y cuando no hayan cometido delitos graves o de lesa humanidad- o seguir luchando en el último bastión que les queda, Idlib. La respuesta a la pregunta de por qué no ha caído el gobierno de Al Asad la da Sapag de forma clara: si se cae el garante del equilibrio multiconfesional sirio, se hunde toda Siria; por lo que el apoyo social no ha sido para Al Asad ni su gobierno en específico, sino para el Estado en su conjunto, y en esa defensa, ha sido determinante el apoyo que ha brindado Rusia a las fuerzas del régimen, frente a la injerencia occidental que desde el principio apoyó el derrocamiento del gobierno actual sin un proyecto viable. Cómo ha cambiado el mundo es otra de las duras lecciones que deja la crisis en Siria. Un país que sigue siendo fundamental en la construcción de la paz y la estabilidad de la región, como fundamental es Palmira para comprender nuestro pasado humano y las posibilidades del intercambio, el diálogo y el entendimiento. Algo que sabía muy bien Jaled, tanto que dio su vida por ello.

@Artgonzaga

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