Desde los tiempos de los hombres de las cavernas, surgió el oficio de zapatero -el que fabrica calzado-y por extensión el zapatero remendón -el que lo repara- a partir de la necesidad de nuestros remotos antepasados de protegerse los pies con pieles de mamut y tiras de sujeción elaboradas con cueros de la misma procedencia, calzado rudimentario que requería reparaciones después de tanto trajinar con flechas, piedras y lanzas para cazar al descomunal elefante de la era cuaternaria.
El arte de la zapatería ha desempeñado, a través de los siglos, un papel preponderante en la comodidad y protección del hombre y la mujer. Por desgracia, ha sido desplazado por las máquinas automatizadas de calzado en serie y los avances de la modernidad y por ello figura entre los oficios en vías de extinción como sucede con los sopladores de vidrio, los talladores de madera, los herreros, tapiceros, los evangelistas de la calle (los que escribían cartas de amor en el mercado), los correctores de pruebas y los sastres que cortaban y elaboraban a mano los trajes y chalecos, entre otros.
Dueño de habilidades artesanales reconocidas como la mayor riqueza a la que pueden aspirar los oficiales de la lezna, el martillo y las tachuelas, el hacedor y componedor de los zapatos ajenos, en alguna época y a lo largo de dos siglos sufrió el desaire público pero se impuso a la adversidad y en España consiguió en 1760 una ordenanza de la Real Cédula Ibérica reconociendo el oficio de zapatero remendón como uno de los más nobles, honrados y tradicionales que se ejercían en aquellos tiempos.
Los historiadores afirman que el trabajo, calificado del mismo modo como una profesión, nació hace 15 mil años con el hombre de las cavernas -amarres de piel a sus pies claramente visibles en las pinturas rupestres, y 5 mil años después, en Armenia, fue encontrado el más antiguo de aquella era, hecho de una sola pieza con cuero de vaca y cordones del mismo material.
Los relatores del pasado afirman que en México el gremio fue reconocido a partir del año 1,560, con un reglamento oficial que gobernaba su vida interna y la aceptación tácita de que sus labores eran insalubres y mal remuneradas, pero aun en esas condiciones a los humildes artesanos -nunca fueron ni son presuntuosos- se les dio un lugar de privilegio en la sociedad de aquella época. Señalan además que el uso del calzado en nuestro país se generalizó entre los olmecas y tribus aledañas, cinco mil años antes de Cristo.
Se deduce que los mismos cavernícolas confeccionaban botas con piel de mamut, amoldándolas al tamaño y forma de los pies y por lo tanto de entre ellos nació el primer zapatero del mundo, el que remienda y recompone los chanclos viejos para dejarlos como nuevos. Con el transcurrir de los siglos el artífice mexicano comenzó a trepar la escala social hasta convertirse, los más visionarios, en empresarios e impulsores de una industria altamente competitiva a nivel nacional.
En la antigüedad la profesión se hizo notable por la confección de zapatitos de plata con filigrana para el Niño Jesús; las sandalias de suela delgada para Jesús y los apóstoles, además de la invención de los zapatos papales que se calzaban sobre los ordinarios para protegerlos del lodo y la lluvia, -llevaban ese nombre por su parecido con los que usaban los papas, hechos de piel, fieltro o paño- además del diseño y elaboración de las zapatillas y suecos que se difundieron rápidamente entre griegos, egipcios, sumerios, hebreos y romanos.
Un legado más que confirma la prosapia de los zapateros remendones en nuestro país y en el mundo entero. El gremio trabaja para los pobres, no requiere máquinas para explorar los daños exteriores e interiores donde va el parche del calzado a reparar pues se vale de los dedos y cose a mano afilando leznas con la cebadura de la cabeza, pero ya quedamos pocos.
