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¿Despertará el otro tigre?

IGNACIO MORALES LECHUGA

El populista tiene piel de demócrata pero alma de tirano. "El pueblo habla pero yo soy su intérprete", parece decir en cada uno de sus actos. Las instituciones anteriores a su advenimiento, languidecen hasta sucumbir en cualquier mazacote ideológico.

Hoy la destrucción de las democracias, en América Latina y en otras partes del mundo, no va acompañada de invasiones militares, ni de revoluciones con guerrillas que derrocan el statu quo. El populismo de hoy no se abre paso con balas, sino con votos.

Es cierto. A lo largo del siglo XX, se multiplicó la creación de riqueza, tanto como su concentración. Las sociedades democráticas avanzaron poco o retrocedieron en el combate a la desigualdad y a la injusticia, fuentes innegables del hartazgo que encumbra a los liderazgos populistas.

El fin de los sistemas democráticos se hace desde sus propias reglas electorales. La apertura democrática posibilita la llegada de "personajes" cuyo programa esencial estriba en ofrecer reformarlo todo. Las imperfectas instituciones conocidas se vuelven inservibles en aras de un supuesto combate a la pobreza, a la corrupción, o de una "nueva" educación, de una "nueva" moral, etc. Como en los hechos la salud y la educación empeoran cuando se les mide con las técnicas conocidas, se instituyen "nuevas" métricas en las que cabe cualquier absurda subjetividad impregnada de ideología. ¿Para qué medir el aprendizaje de matemáticas o la ingesta de proteínas si podemos establecer el índice de la felicidad?

Una oposición arrinconada con acusaciones de corrupción asume su "culpa" en el estupor y el silencio cómplice. El control del legislativo y ejecutivo cambia, disuelve o anula al Poder Judicial. En no pocos casos el iluminado con facultades omnímodas termina por controlar el propio aparato electoral y las reglas que lo llevaron al poder. ¿Para qué certificar elecciones mediante organismos autónomos que "callaron ante los fraudes al voto popular en todas las elecciones anteriores al alumbramiento del nuevo líder"?

El método para avanzar en la destrucción democrática es simple. En la idea populista, jueces y árbitro electoral son corruptos y ganan mucho dinero, en consecuencia hay que reducirles el salario, investigarlos y acusarlos para lograr que huyan sin presentar combate. Un capítulo más consiste en anular a las instituciones encargadas de la defensa y promoción de los derechos humanos. Logrados estos objetivos, el populista tendrá el control de prácticamente 80% de las decisiones.

La democracia está dejando de ser un sistema de suma cero, en el que el perdedor puede volver a competir y derrotar a quien tuvo el poder.

Defender a la democracia y a las instituciones en sus avances y pese a sus saldos no cubiertos, es defendernos a nosotros mismos. La corrupción y los altos salarios no serán la causa de la destrucción o la anulación democrática. Que se sancione a los corruptos sin demoler o pervertir a las instituciones.

Pese a esto, si se mantiene la posibilidad de cambiar gobiernos mediante elecciones democráticas, quizá reconozcamos al gobernante que se atrevió a despertar a patadas "al otro tigre", al de la dormida conciencia de un país, a un tigre que se nutra de justicia, de promesas cumplidas, de inversiones, de crecimiento y desarrollo. Será eso o estrenar nuevos y mayores atavismos nacidos del encono, en una sociedad con más pobres y sostenida con nuevas mentiras, cada vez más dependientes de recibir los exiguos favores de gobiernos que, como siempre, prometen y no cumplen.

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Escrito en: editorial IGNACIO MORALES LECHUGA

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