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ME HABRÍA GUSTADO CONOCER A DOÑA CÉLICA VALDÉS.

Vivió en Saltillo. Su casa estaba en la calle de Santiago, frente a la plaza que en lenguaje oficial se llama Zaragoza pero que la gente sigue nombrando "de San Francisco", porque en su costado oriente está el antiguo templo de los franciscanos.

En cierta ocasión uno de sus hijos se expresó feamente -y con razón- de un mal vecino que hacía poco había pasado a mejor vida. Doña Célica le dio al muchacho un bastonazo en la cabeza y le dijo:

-Aprenda a respetar, chivato. De los muertos se habla bien o no se habla.

Igual cosa decían los latinos: "De mortuis nil nisi bonum". Nada se diga de los muertos, a menos que sea algo bueno.

Ciertamente en ocasiones resulta muy difícil cumplir esa piadosa máxima. El orador estuvo extremadamente parco al hacer el elogio fúnebre de un señor al que daban cristiana sepultura. Dijo para explicar su parquedad:

-Es que el muerto no ayuda.

Hablar bien de los que ya no están aquí es obra de caridad, y es también muestra de buena educación.

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