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El privilegio de cumplir años (69)

JUAN MANUEL GONZÁLEZ

Recientemente, cumplí 69 años. Aunque estoy consciente de que me quedan menos años de vida y que ya estoy en la cuenta regresiva, también sé que soy muy, muy afortunado de tener esta edad, de haber llegado bien, completo, con salud, con familia con muchos amigos y con mucho trabajo que me agrada.

La expectativa de vida de los hombres en México es de 74 años. De acuerdo con ello, en promedio, me quedan cinco años. Pero espero que la longevidad de mamá (100), de mi tío Santos (103) y de papá (87) se manifiesten conmigo y logre rebasar los 87. Si así fuera, me quedan 18 años. El considerar que algún día nos vamos a morir, y que ese día puede estar cerca, es la mejor herramienta para la toma de decisiones en nuestra vida, señala Steve Jobs.

Alguien me preguntó, “si pudieras volver a vivir la vida, ¿la vivirías igual?”. Sí: la viviría igual. Con algunos ajustes de muchos errores, pero, en esencia, igual. Con todas las experiencias por las que he pasado y sigo pasando. Mi vida se va cada día, pero yo sigo con mucho optimismo. Tengo muchas ganas de evolucionar, adaptarme y de hacer mi vida interesante. No soy melancólico, ni vivo de recuerdos. Estoy orgulloso de mi vida.

Desde hace más de cuatro décadas, siempre he tenido trabajos que me han gustado. Cada uno ha sido de mucho reto e incertidumbre. Siempre muy inquieto, empecé a cambiar de trabajos desde 1980. En aquel tiempo, esto se consideraba “inestabilidad laboral” y era un motivo de rechazo por parte de los reclutadores de personal.

Me inicié en el trabajo a los trece años: fui correbolas en el tenis, anotador de juegos de softbol y voleibol, auxiliar de laboratorio, instructor de laboratorio, maestro adjunto y catedrático universitario. En mi primer puesto formal, en la Fundidora de Monterrey, a los 23 años, mis compañeros de trabajo ?ingenieros? eran personas de más de 45 años y yo los consideraba muy viejos. Ahora, en mis actividades laborales más recientes en tecnologías de información, software y tecnología mineros, por el contrario, el viejo soy yo. Mis compañeros de trabajo son jóvenes de entre 25 y 35 años. Mi capacidad de adaptación siempre tuvo que estar al máximo para sobrevivir y tener éxito. Fue el caso de mi necesidad de aprender computación a los cincuenta años, ya que he trabajado y sigo trabajando con muchos milennials.

Practico deportes. Me gusta el ejercicio en el gimnasio. Procuro comer de forma balanceada, pero también me echo mis cervecitas y mis copitas. No me duele nada y aquí recuerdo el comentario de un amigo: “cuando amanezcas y no te duela nada, y si te sientes muy bien, aguas, ¡porque a lo mejor ya estás muerto! Algunos datos se me olvidan, pero recuerdo la mayoría. Tengo muchas canas. Mi peluquero dijo que en este 2020 mi pelo será completamente blanco, como dice la canción “Cuando vivas conmigo” de Javier Solís.

No he abandonado la religión católica inculcada por mis padres, ni pienso abandonarla, pero tampoco soy católico a ultranza. En la primaria fui educado por maestras que eran monjas y por un franciscano, el director de mi escuela. Desde entonces cuestionaba la misa en latín y el oficio del sacerdote en misa, entre otras cosas, colocado de espaldas a los asistentes.

La edad y la experiencia no han sido en balde. Creo que alcancé la madurez temprano. Por muchos años le di demasiada importancia al trabajo, pero dejé de dársela muy a tiempo. He cultivado excelentes amigos, he intentado muchas actividades. En todo he puesto mucho entusiasmo.

Tuve la fortuna de estudiar un posgrado en Japón y, atendiendo a la recomendación que nos hizo a los noveles becarios don Gustavo Romero Kolbeck, en ese entonces Embajador de México en Japón, traté de involucrarme al máximo en la filosofía de vida y trabajo de los japoneses. Esto marcó mi vida.

Tengo una esposa, dos hijas, un hijo y un nieto, quienes son mi razón para vivir. Ya cumplimos cuarenta años de casados. Aún tengo dos hermanas y un hermano; otras dos hermanas y otro hermano ya no están aquí. Él murió de una enfermedad a los 36 años, en mis brazos, cuando yo tenía 19. Para mí siguen vivos, al igual que mis padres. Todos tenemos tanto que agradecer y hemos pasado por un sinfín de situaciones que nos han formado. Así que lo importante es reconocerr siempre lo afortunados que somos y agradecer lo que tenemos.

Aprendí a bailar a los 54 años. Probé los camarones a los 19, los ostiones a los 42 y el pulpo a los 64. No me gustaba la comida con mezcla de salado y azúcar y ya la como. Hace algunos meses retomé la costumbre de tender la cama por las mañanas, después de haber leído el libro Tiende tu cama, del comandante William H. McRaven. Creo que nuestra vida esta enriquecida con muchos y pequeños detalles que el día a día nos lleva a dejar de apreciar.

Sigo estudiando. Recientemente, en la Universidad Autónoma de Nuevo León, tomé un curso para cuidadores de adultos mayores certificados por el CONOCER (Consejo Nacional de Normalización y Certificacion de Competencias Laborales).

Si algo pudiera pedir a estas alturas, serían los siguientes cuatro deseos: seguir disfrutando de mi familia, salud (¡de las dos!), ganar más amigos y tener sabiduría para aprovechar el tiempo que me queda. Ann Karpf, en su libro How to Age (Cómo envejecer) dice: “Envejecer es, de hecho, una bendición. Esta idea parece radical en una cultura donde envejecer, es visto como una carga”.

Hoy tengo muchos motivos para agradecer el haber llegado a cumplir 69 años. Como dijo Adalberto Martínez, “Resortes”, al cumplir cien años, ante la pregunta de una joven entrevistadora que quería saber si él sentía feo llegar a esa edad. Con particular simpatía y una sonrisa fresca, él le respondió: “Ha de ser más feo no llegar”.

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