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De Política y Cosas Peores

ARMANDO CAMORRA

"Todo acerca del sexo". Tal era el nombre del libro que estaba leyendo en su sillón don Gerontino, señor octogenario. Uno de sus nietos le preguntó: "¿Qué lees, abuelo?". Dijo él: "Un libro de historia". "¿Historia? -repitió el muchacho-. Según veo ese libro trata de sexo". Con gran tristeza suspiró el añoso caballero: "Hijo: para mí el sexo ya es historia". Doña Jodoncia le pidió a su sirvienta: "Quita el tapete de la entrada, ése que dice 'Bienvenido'. Va a venir mi yerno, y no quiero que se forme ideas equivocadas". Himenia Camafría, madura señorita soltera, lamentaba con acento quejumbroso: "En las novelas siempre aparece un villano, un hombre malo, lascivo, lujurioso y lúbrico que valido de su labia y su astucia seduce a las doncellas inocentes y las hace suyas. ¿Por qué a mí no me tocó uno de ésos?". Cuatro cosas hay en el mundo que no entiendo: la teoría de la relatividad, de Einstein; "El Ser y el Tiempo", de Heidegger; los razonamientos de mi esposa y la política. Puedo preciarme de que con esfuerzo he atisbado algún rasgo de la tesis de Einstein; que penosamente pude descifrar un párrafo del denso libro del filósofo germano, y que una vez -una vez sola- conseguí entender la argumentación de mi señora. Pero la política jamás he podido comprenderla. Sus laberintos me parecen sin salida; oscuras sus razones y sus sinrazones; misteriosos sus caminos. ¿Podría explicarme alguien, por ejemplo, la causa por la cual Trump fue electo presidente, y por qué su reelección debe darse por segura, a menos que suceda un cataclismo? El mayor insulto que en México tenemos es la mentada de madre. Lo peor que en Estados Unidos se le puede decir a alguien es llamarlo mentiroso. Perjurar ante un tribunal significa ir a la cárcel, y es un estereotipo en las películas del Oeste la imagen del vaquero que acerca la mano a su pistola al tiempo que le pregunta con ominosa voz a su rival: "Are ya callin' me a liar?". Trump es el más redomado mentiroso que hay en el cuadrángulo formado por los océanos Atlántico y Pacífico, el Río Bravo o Grande y la frontera con Canadá, y sin embargo los electores lo llevaron a la presidencia. En el país del norte el feminismo es doctrina consagrada. La mujer ha luchado con gran éxito por su igualdad ante el varón. (En cierta ocasión le abrí caballerosamente la puerta de una tienda en Nueva York a una dama a la que creí dama. Me miró con ojos de anfisbena y me dijo estas palabras: "Fuck you". Eso sucedió en 1967, y no me repongo aún del trauma). Pues bien: Trump, zafio machista, ha dicho cosas terribles de las mujeres, las ha tratado como a objetos, y sin embargo en buena parte el voto de la mujer lo hizo Presidente. Mí no comprende, como dijo el gringo. Estudiaré más la teoría de Einstein, me aplicaré con renovado ahínco a la lectura de Heidegger y pondré atención mayor a la ilógica lógica de mi mujer, pero en lo que hace a la política desde ahora me declaro vencido. Jamás la entenderé. Una linda muchacha iba por la calle y pasó junto a un montón de cemento. Cuál no sería su sorpresa -frase inédita- cuando oyó que de ahí salía una voz que le pidió en tono suplicante: "Hermosa señorita: por favor deme un beso para desencantarme". "¿Qué? -se sorprendió la chica-. ¿Quién me llama?". "Soy yo -habló el montón de cemento-. Antes fui un hombre. Cierto día hallé una lámpara de forma extraña. La froté y apareció un genio de Oriente. Me dijo que me concedería un deseo, y como me gustan mucho las mujeres le pedí que me hiciera un semental. Parece que el genio no andaba bien en ortografía. Por favor deme un beso para desencantarme". FIN.

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