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Lo invisible

JUAN VILLORO

En 2009 Teresa Margolles mostró la fuerza de la desaparición. Su obra ¿De qué otra cosa podríamos hablar?, presentada en la Bienal de Venecia, puso en valor una pérdida. La artista decidió que las salas del palacio que le habían asignado quedaran vacías. La única "presencia" fue el líquido con el que trapeó los pisos, donde la sangre se mezclaba con fluidos de las víctimas de la "guerra contra el narcotráfico". La pieza resaltó la ausencia: lo impactante no estaba ahí.

En forma similar, el paro de mujeres del 9 de marzo hará manifiesto algo que las mujeres padecen desde siempre: la invisibilidad. Cuando una empleada doméstica contesta el teléfono y dice "no hay nadie", alude a esa situación. Lo mismo ocurre cuando una mujer llega a un restaurante y el mesero se dirige exclusivamente al hombre de la mesa: también ella es nadie.

Los logros compensatorios no bastan. En 1968 la corredora Queta Basilio sostuvo la antorcha que encendió el pebetero olímpico y en 1979 Griselda Álvarez se convirtió en la primera gobernadora electa en el país. Muchos casos se pueden agregar a esa cadena sin que dejen de ser momentos singulares. La conquista parcial de espacios no resuelve la asimetría de géneros.

De acuerdo con el Sistema Nacional de Seguridad Pública, cada día son asesinadas diez mujeres. En forma absurda algunos comentaristas señalan que más hombres mueren en hechos violentos, ignorando que lo que distingue a los feminicidios es la condición de género: se muere por ser mujer.

He escrito con anterioridad de la dificultad para denunciar feminicidios. Los agentes de ministerio público suelen recomendar que se levante un acta por robo o asesinato para que el crimen sea un delito más fácilmente perseguible. En los más diversos ámbitos se ha rechazado el tema (un ejemplo a la mano: mi autocorrector de Word -versión 2011 para Mac- subraya "feminicidio" como palabra incorrecta).

Cuando María de Jesús Patricio inició su campaña para participar como candidata independiente en las elecciones de 2018, apoyada por el Concejo Indígena de Gobierno, recordó la doble exclusión de las mujeres indígenas. Sus palabras recordaban lo que la comandante Esther dijo en el Congreso en 2001, después de la Marcha del Color de la Tierra que llevó a los zapatistas a la capital: "Mi nombre es Esther, pero eso no importa ahora. Soy zapatista, pero eso tampoco importa en este momento. Soy indígena y soy mujer, y eso es lo único que importa ahora".

Esther pedía que los Acuerdos de San Andrés firmados con el gobierno de Ernesto Zedillo se convirtieran en ley. Por su parte, Marichuy buscaba participar en la contienda democrática como vocera de los pueblos del origen. Esas causas fueron condenadas a la invisibilidad designada a las mujeres. En forma parecida, las recientes protestas feministas han sido vistas por el gobierno como una maniobra "conservadora" para encubrir asuntos "progresistas" como la rifa del avión presidencial.

Por eso resulta emblemático el título del comunicado de las mujeres zapatistas del 1o. de marzo: "No necesitamos permiso para luchar por la vida". Al unirse al paro del lunes 9, condenan la cerrazón oficial: "Lo que dicen es que para todo hay que pedirle permiso al mal gobierno o al patrón, hasta para sobrevivir [...] Y si no les importa la vida, pues entonces ni son de derecha, ni de izquierda, ni de centro. Ni humanos son, pues".

En El laberinto de la soledad, Octavio Paz describe a la mujer como "inmóvil sol secreto", una figura oculta en torno a la cual se orbita. Si la sociedad mexicana no se ha derrumbado es por las mujeres que mantienen los hogares después de la fuga o la desaparición de los hombres.

Ante la discriminación racial en Estados Unidos, James Baldwin señaló la imposibilidad de la población blanca de entender la exclusión. Los simpatizantes de la integración podían imaginar el sufrimiento, pero no padecerlo. Tampoco podían comprender la rabia de las protestas. Malcolm X, Martin Luther King y otros luchadores por los derechos civiles pagaron sus reivindicaciones con la vida. Quienes los juzgaban violentos fueron testigos cómplices de una violencia superior.

En un país donde las mujeres son acosadas, violadas, mutiladas y asesinadas la rabia es una forma de la dignidad. Invisibles por opresión, el 9 lo serán por voluntad para que al fin se entienda, como en la pieza de Margolles, el valor de un vacío.

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Escrito en: editorial JUAN VILLORO

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