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Geopolítica del COVID-19

Urbe y orbe

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

La lucha contra la pandemia de COVID-19 también está siendo la lucha por afianzar una posición geopolítica, instalar una narrativa oficial dominante y conquistar el ánimo de la mayoría. En mi colaboración anterior pasé revista a los primeros impactos que está teniendo la pandemia; hoy es momento de revisar la lucha geopolítica de las principales potencias en el plano propagandístico que se está agudizando en medio de la emergencia sanitaria. Empecemos en América.

Tras minimizar y trivializar abiertamente los riesgos de la pandemia, Donald Trump cambió abruptamente su discurso para manifestar la gravedad de la "guerra" a la que su país se enfrenta. Este comportamiento errático y contradictorio bien puede ser una de las causas que tienen hoy a Estados Unidos con el mayor número de casos en el mundo, y en aumento. Y en medio de la tempestad, Trump nuevamente se muestra dubitativo, ambiguo: se rehúsa a continuar con medidas extremas de suspensión de actividades económicas para tratar de amortiguar la recesión que se viene. A la par, impulsa el plan de rescate económico más grande en la historia de la superpotencia, en una maniobra dirigida a calmar a los inversionistas y disminuir la tormenta financiera desatada por el temor de los mercados bursátiles. Pero la pandemia continúa su avance inexorable por territorio estadounidense sumando cada día casos por decenas de miles y muertos por cientos. Hacia afuera, Trump parece más preocupado en culpar a China de la emergencia sanitaria, que en ayudar a los antiguos aliados de Estados Unidos y establecer un frente común con ellos. Pero en esto, el inquilino de la Casa Blanca también se muestra errático, ya que ha matizado su discurso contra China y abierto un canal de acercamiento para intercambiar información, sólo después de que el gigante americano se convirtiera en el nuevo epicentro de la pandemia. Con estas actitudes, Donald Trump se evidencia hoy como un presidente más interesado en ganar la elección de noviembre próximo, que en hacer lo mejor para su país y el mundo.

En el otro extremo del orbe, Xi Jinping juega sus cartas de diferente manera y con la mira puesta en otros intereses. La falta de actuación oportuna para frenar el brote en diciembre y los primeros días de enero fue solventada en la propaganda con una estrategia burocrática: los medios oficiales instalaron la versión de que el presidente chino había dado instrucciones para contener la enfermedad pero que fueron las autoridades regionales y locales las que no hicieron lo que les correspondía. Aunado a este lavado de manos, y ya con la epidemia fuera de control, Xi ordenó la aplicación de medidas extremas como el confinamiento obligado de decenas de millones de personas y la paralización de actividades económicas en el epicentro del COVID-19 y sus alrededores. Además, no escatimó recursos para levantar dos hospitales en diez días para atender a los enfermos con cuadros más graves y, de paso, asombrar al mundo con el enorme despliegue de capacidades. Todo, hay que decirlo, en medio de un clima de fuerte censura y control de los medios de comunicación. Estas estrategias draconianas parecen estar dando sus frutos, al menos en el discurso y la percepción, ya que China hoy se muestra como una nación que no sólo "está logrando vencer" al coronavirus, sino que también está ofreciendo ayuda a otros países para enfrentar la pandemia. Así, Xi Jinping parece más interesado en granjearse el aplauso del mundo que en ganar la aceptación sincera de su población, a la que el régimen le brinda escaso margen de manifestación y disenso.

Uno de los terrenos más fértiles de esta estrategia de propaganda del gobierno chino es Europa, continente que está en la mira de Pekín desde hace años debido al despliegue del gran proyecto de posicionamiento global de China: la Nueva Ruta de la Seda, y la búsqueda por ponerse a la vanguardia mundial en la carrera del 5G, es decir, el sistema de telecomunicaciones y tecnología digital de quinta generación. El gobierno de Xi está aprovechando la falta de acuerdos, los resentimientos y reclamos entre los países integrantes y aspirantes de la Unión Europea para mostrarse como una gran potencia amiga. Mientras que en países como Italia, España y Serbia crece el sentimiento de abandono hacia la Unión, que no ha logrado autorizar un paquete de ayuda comunitario para enfrentar la crisis, China envía personal, equipo técnico e insumos, y lo publicita a los cuatro vientos para generar la percepción de que Pekín está mostrando la solidaridad que Bruselas y Washington no han manifestado. Pero esto es sólo una percepción producto de la propaganda, ya que Italia, por ejemplo, en realidad ha recibido más ayuda de otras naciones de Europa que de China, solo que no han tenido tanto éxito en comunicarlo. Y esto puede ser un grave problema para la Unión Europea en tiempos en que, tras la salida del Reino Unido, los escépticos del modelo de gobernanza comunitaria van en aumento, a la par del resurgimiento nacionalista impulsado por algunos gobiernos y partidos de derecha. Ante la ausencia de un liderazgo sólido dentro de la Unión, y con un distanciamiento cada vez mayor de Estados Unidos, la sombra de China se posa sobre el territorio europeo para sumar socios a su causa.

Con menos recursos, pero no menos éxito, Vladimir Putin ha aparecido también en el escenario geopolítico de la pandemia en varios planos. El primero es hacia dentro, pero con amplias resonancias en el exterior. Su gobierno lo proyecta con la imagen del líder "protector, paternalista, comprensivo pero firme", que frente a la emergencia sanitaria adelanta vacaciones, pospone el referéndum de aprobación de su reforma constitucional que lo llevaría a mantenerse en el poder hasta 2036; se desiste de aplicar medidas estrictas de confinamiento, lo cual deja en manos de las autoridades locales y regionales para él no ensuciarse las manos, y difunde un video suyo visitando un hospital para supervisar directamente la atención a los enfermos y hablar con ellos, en un acto de propaganda pura. Otra jugada la hace en un sector vital para el desarrollo económico de su país: la energía. Se enfrasca en una guerra de precios de petróleo con Arabia Saudita con la firme intención de recortar las cuotas de mercado de los productores estadounidenses, que venden el crudo más caro por el método del fracking, y volverse a colocar como la primera potencia energética del mundo. Un tercer movimiento está en Europa, en donde Rusia quiere afianzar su posición de potencia no hostil para motivar el levantamiento de las sanciones aplicadas por la Unión Europea tras la anexión de Crimea. Y para ello, Putin busca ganarse a la población de naciones como Italia, a donde ha enviado convoyes militares con ayuda que, en una imagen histórica, han recorrido las calles de Roma y las carreteras de la península itálica hacia el epicentro europeo de la pandemia.

Ojalá pudiéramos hablar de una colaboración internacional desinteresada para hacer frente al COVID-19, pero la realidad es que nos encontramos en medio de una fuerte disputa geopolítica por asumir el nuevo liderazgo mundial o, al menos, la construcción de un nuevo orden multipolar. La pandemia se ha convertido en el nuevo campo de estas rivalidades, una evidencia más de la descomposición de viejo orden internacional. Mientras tanto, la mayor parte de la población se hace presa de la zozobra y el miedo, y las economías emergentes, como México, se encaminan a lo que probablemente será la peor crisis de su historia reciente.

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