Cultura

Pinceladas literarias para el Diego

Juan Villoro y Eduardo Galeano fueron dos de los escritores que se inspiraron en el astro argentino

Entre páginas. El talento del Cebollita trasladó su legado más allá de las canchas, llegando hasta los folios de los escritores latinoamericanos más importantes. (EL SIGLO DE TORREÓN / Ilustración: Hessie Ortega)

Entre páginas. El talento del Cebollita trasladó su legado más allá de las canchas, llegando hasta los folios de los escritores latinoamericanos más importantes. (EL SIGLO DE TORREÓN / Ilustración: Hessie Ortega)

SAÚL RODRÍGUEZ

"Dios ha muerto", indica la reflexión nietzschiana para explicar el concepto del superhombre. "D10S ha muerto", se leyó el día de ayer en los principales diarios internacionales, pues Diego Armando Maradona abandonó las páginas de la mortalidad para trasladarse al plano metafísico que siempre lo asechó.

"El Cebollita soñaba jugar un mundial y consagrarse en primera", entona el cantante Rodrigo en el tema de La mano de Dios. Pero no sólo los músicos emplearon al Pelusa para inspirarse y realizar obras que encontrarían la gloria más allá de los potreros, también los escritores vieron en el Diego a un antihéroe digno de ser redactado.

A LO VILLORO

El astro argentino entró al umbral del rectángulo verde y sus pies de inmediato fueron seducidos por las sensaciones prometidas tras la conquista de la media cancha. Fue un pibe que se hizo hombre en los bordes del campo donde se ejecutan la batallas de los once contra once. Gestas en las que sació su sed infinita de gol y se labró una leyenda.

Delineó poesía pura en los estadios, versos gambeteros y pinceladas de ensueño. Maravilló a Argentina y con su potente pierna zurda borró las fronteras. Muchas almas constataron que con él actuando en las canchas Dios si tenía un sinónimo y que se llamaba Diego, Diego Armando. Un humano considerado un semidios por los fanáticos rendidos ante su juego.

Maradona fue el futbolista que anuló la palabra límite del diccionario, logró soñados campeonatos y se reventó las venas en busca de un descanso. Porque de pronto, se puede deducir, no ha de haber sido fácil cumplir con las expectativas de un santo, pues es bien sabido que entorno a su legado se formó una religión con el peso de infinidad de fieles, almas rotas que desde ayer lloran la muerte de el Diego, el Pelusa, el Cebollita, el Cósmico. El hombre que, como ya se mencionó inspiró, entre otras cosas, a que plumas se activaran para escribir de su vida dentro y fue de las canchas.

Por ejemplo, el autor Juan Villoro ya se había adelantado a escribir el obituario para cuando este astro argentino sellado con él número 10 se ausentara del mundo terrenal. El escritor y periodista mexicano escribió dentro de la obra Dios es redondo y otros ensayos en 2006, un texto que abordaba la idea de la muerte de Diego Armando Maradona, ayer finalmente encarnizada.

"Tres noticias han cambiado el pulso del planeta: la privatización de la muralla china, el terremoto que aniquiló a México D.F. y la muerte de Diego Armando Maradona. Escribo estas notas con la culpa y el dolor del sobreviviente. La única construcción discernible desde la luna se ha convertido en un parque temático, la ciudad donde nací es un laberinto recorrido por perros callejeros y el futbolista más grande de todos los tiempos ha hecho su última jugada", así comienza el texto publicado 14 años antes de la verdadera muerte del hombre fenómeno.

Mientras tanto, para el escritor uruguayo Eduardo Galeano, Maradona fue una divinidad de pantalón corto, cuya imagen se ha venerado en todo el mundo, especialmente en Nápoles, Italia, donde el catolicismo del pueblo lo adoptó como un mesías, un héroe que le daría gloria al sur de Italia contra los opulentos equipos del norte.

Galeano incluye a la figura de Maradona en algunos capítulos de su obra Fútbol a sol y sombra (1995). Allí, narra uno de los goles más hermosos que el Diego anotó cuando jugaba en las ligas infantiles. Era 1973 y en un duelo entre las inferiores de Argentinos Juniors y River Plate, el Cebollita burló a siete niños y los cuatro restantes no podían cerrar la boca.

Para el charrúa, Diego fue un irreverente, uno de los primeros futbolistas que se atrevieron a señalar la corrupción que carcomía a la Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA). Ese mismo niño que dormía abrazado a su pelota en una humilde vivienda de Villa Fiorito, ahora levantaba el pecho ante el máximo regente del fútbol mundial, con la intención de controlar el balón y anotar el gol que desmoronaría a una organización llena de irregularidades

¿Pero quién se creía el Pelusa para gambetear al monstruo de la FIFA, para intentar jugarle al tú por tú en su propia cancha, donde la diplomacia es la alineación preferida aunque rara vez arroje resultados? En la Antigua Grecia, cuando los dioses se sentían amenazados por la audacia de los mortales, enseguida planeaban un castigo que sirviera de ejemplo para los demás humanos.

La FIFA no podía permitir que ese "dios" mortal, bautizado por las ovaciones del Estadio Azteca en 1986, intentara jugar en su Olimpo. Así que, valiéndose de las debilidades del Pelusa, de esas que a veces vestían de blanco y se oscurecían en otros excesos, lo hizo expulsar del mundial de Estados Unidos 94, tras dar positivo al dopaje por una sustancia que dejó al Diego en fuera de lugar.

"Jugó, venció, meó, perdió. El análisis delató efedrina y Maradona acabó de mala manera su Mundial del 94. La efedrina, que no se considera droga estimulante en el deporte profesional de Estados Unidos y de muchos otros países, está prohibida en las competencias internacionales", dicta Galeano.

El crimen de Maradona fue "jugar con la zurda", al contrario de cómo se deberían hacer las cosas. A la poética de su juego se unieron los deficientes versos de sus malas decisiones. La mafia italiana afincada en Nápoles se adueñó de su narrativa y el argentino se convirtió en un pecado para los puritanos que sólo lo observaban desde la grada.

Galeano describe así las distintas caídas del astro y sus posteriores detenciones en Argentina: "Maradona es incontrolable cuando habla, pero mucho más cuando juega".

Para sus retractores, Diego Armando Maradona fue el peor ejemplo de un deportista, un hombre que se entregó a lo dionisiaco dentro y fuera de la cancha, una estrella perdida en el universo de las drogas, mujeriego, violento, prepotente y en constante decadencia.

Sin embargo, algunos escritores como Gabriel García Márquez fueron más reservados en sus juicios. El colombiano escribió en 1995 en El Gráfico: "Más es lo que se conoce de Maradona por los que no lo quieren que por los que sí los queremos".

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