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Isabel y Felipe

Sin lugar a dudas

PATRICIO DE LA FUENTE
"Para bien o para mal, la corona ha caído sobre mi cabeza".— The Crown

Ante las turbulencias del presente y la incertidumbre que nos provoca el mañana, a lo largo del orbe la democracia no obstante sus naturales vicios, frecuentes desviaciones e imperfecciones, ha probado ser la vía más efectiva de gobierno y organización social. Aspiramos a democracias de avanzada que se fundamenten en un conjunto de valores como respeto, tolerancia, participación, pluralismo, igualdad y libertad.

Durante el siglo veinte exploramos, sin éxito o consecuencias funestas, otros modelos que en la literatura prometían casi el paraíso, pero que en la práctica resultaron desastrosos. Ahí, como resabio y ejemplo de lo que no funcionó en nuestras ansias por experimentar y alcanzar la tan ansiada igualdad y justicia social, quedan Cuba, Venezuela o Corea del Norte. Las grandes gestas sociales y revolucionarias del siglo veinte han sido reemplazadas por guerras comerciales y tecnológicas.

Dentro de aquello representativo del siglo veinte y que, por extrañas y muy diversas razones, hoy subsiste en algunas naciones del mundo, se encuentran ciertas monarquías. Los ciudadanos, aquejados por distintos problemas fundamentalmente de carácter social o económico, a menudo se preguntan si es viable mantener y financiar a un sistema meramente testimonial y casi de oropel, que implica un gasto desproporcionado y chauvinista para una sociedad que condena todo exceso en tiempos de austeridad y crisis.

Para ejemplos, el de España. Hoy la mayoría de los jóvenes no recuerdan que, si viven dentro de un sistema democrático, es precisamente gracias al papel que el rey Juan Carlos desempeñó como gran articulador de pactos que permitieron transitar del poder absoluto heredado por el dictador Francisco Franco a la figura de un rey que cedió muchas de sus prerrogativas y privilegios en la figura de un presidente de Gobierno, alejándose así de participar en política.

Para dichos jóvenes, los recientes escándalos de la monarquía española, particularmente el presunto enriquecimiento ilícito y las turbias relaciones del rey emérito, generan un debate sobre la conveniencia de preservar a una familia a últimas fechas más famosa por sus extravagancias que por otra cosa. Por ello, el actual rey de España, Felipe VI, se ha visto en la necesidad de cortar de tajo y distanciarse de lo que representó el reinado de su padre, a efecto de que la institución tenga futuro y una razón de ser en el tercer milenio.

En la opinión de Julio Crespo, la política de partidos es siempre conflictiva y divide a los ciudadanos, mientras que la monarquía es pacífica y aspira a unificar y representar a todos sus súbditos. Según Crespo, la figura del monarca evita los excesos de la partidocracia y sirve también para compensar la omnipresencia de los políticos en la vida pública.

Con el fallecimiento de Felipe, duque de Edimburgo, el reinado de Isabel II de Inglaterra, la monarca más longeva de la historia de Gran Bretaña, entra en su recta final. A sus 95 años, la reina Isabel ha cedido muchas de sus funciones a su hijo, el príncipe Carlos, y a una tercera generación que supone la cara más fresca y cercana de la institución. Sin embargo, firme en el juramento que pronunciara ante los países miembros del Commonwealth, resulta improbable que la reina piense en abdicar. "Declaro ante todos ustedes que toda mi vida, sea larga o corta, será dedicada al servicio de la gran familia imperial a la que todos pertenecemos", juramentó en 1953.

Desde entonces, la reina de Inglaterra ha visto pasar a 14 primeros ministros y a 13 presidentes de Estados Unidos. Actualmente solo 20 por ciento de los ingleses estarían de acuerdo en instaurar un sistema de gobierno republicano y abolir la monarquía. Ello se debe, en gran medida, al rol que ha desempeñado Isabel II como símbolo de unidad e identidad nacional. Además, durante su ejercicio como jefa de Estado, la soberana ha cometido poquísimos errores que lamentar. Salvo ciertos días complicados tras el fallecimiento de la princesa de Gales, cuando la ciudadanía acusó a la familia real de no comprender los sentimientos de la nación y ser poco empática ante el dolor colectivo, el reinado de Isabel II ha sido impoluto y ni los escándalos familiares y excesos de sus vástagos han logrado arrebatarle la enorme popularidad de la que hoy goza no solo en Gran Bretaña, sino ante el concierto de naciones.

"A los británicos no les gustan las líneas rectas. Su identidad se encuentra en los giros y vueltas de un sendero rural, no en el pragmatismo de una carretera. Lo mismo ocurre con el sistema de gobierno. La lógica no es el factor más importante. Están encantados de aceptar la excentricidad y la extravagancia, ya que reflejan una parte importante del carácter nacional", afirma el periodista Mark Easton.

Isabel II representa el testimonio vivo y la memoria histórica de gran parte del siglo 20 y los acontecimientos más trascendentales ocurridos a casi cien años de su nacimiento. Cuando se vaya de este mundo, todos habremos perdido a uno de los símbolos de estabilidad que durante gran parte de nuestra vida estuvo ahí, como recordatorio de un mundo y una circunstancia que nunca más habrá de ser. Obviando simpatías o fobias sobre la monarquía y su conveniencia, el fallecimiento de la reina de Inglaterra supondrá un fuerte golpe psicológico para un mundo deseoso de que ciertas cosas permanezcan para siempre, un mundo acostumbrado a que Isabel II esté ahí, estoica, contra viento y marea.

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